Adolfo Bioy Casares: el fantástico ABC





Fue uno de los creadores más seductores de la literatura fantástica. Pero también el autor y personaje de un anecdotario que refleja la intelligentzia argentina de los ’40: los juegos con Borges, la oposición al peronismo, las lecturas y los viajes. Ahora, más allá de su íntima amistad con el autor de “El Aleph”, sus textos vuelven a iluminarse con la reciente edición de su “Obra completa”..No porque fuera ‘el amigo de’. Un escritor como Osvaldo Soriano admiraba a Adolfo Bioy Casares por cierta soltura (“yo quiero que las palabras sean transparentes”), por cierta perspicacia (“convencer a los escritores argentinos del encanto de las historias que cuentan historias”) y por esas anécdotas que escribió en “Memorias: infancia, adolescencia y cómo se hace un escritor”, aquel libro ideado íntegramente por Bioy que, por cierto, a Soriano le encantaba.


Claro que hay una imagen de ABC: la del escritor aristócrata sentado en el porche de un casco de estancia, ligeramente zumbón, naturalmente elegante, con algún volumen inglés sobre las rodillas. Es fácil imaginarlo tal como aparece en las primeras líneas de “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” –uno de los mejores y más abismales relatos de Borges– cenando y conversando y riendo a carcajadas con su compañero de ficciones, en salones cuyas paredes están hechas de bibliotecas, mientras la esposa, Silvina Ocampo, junta la puerta para deslizarse en sus propios (y estremecedores) cuentos.



La crónica de esa amistad nos llega, sin duda, con el sonido de las risotadas entre las cuales Bioy y Borges concibieron los diseños policiales de Bustos Domecq (uno de los seudónimos de la dupla), pero nos llega también con la política alergia al peronismo y con la metafísica aversión a los espejos.



Aunque Bioy -hay que decirlo otra vez- era Bioy. Y no se privó de escribir su “Autorretrato”: “Pensé, alguna vez, que mi cara no era la que hubiera elegido (...) Los años infundieron en los ojos un debilitamiento que aparentemente los ha licuado y que volvió su luz más oscura y triste. La mímica, propia de mi natural nerviosismo, dibujó a los lados de la boca arrugas en forma de arcos, o de paréntesis, que transformaron el león joven en perro viejo”.



Fue un hedonista, eso está claro. Practicó el placer, no como Borges. Dijo cierta vez que sus textos los sometía antes que a nadie al juicio de alguna mujer, que sus amigas eran su tester literario. Como su cuñada, Victoria Ocampo, fue un ser social; al revés de su esposa, Silvina Ocampo, que preferís ser íntima.



Era lógico que, aún a los 84, declarara que le atraía la inmortalidad: “Porque la vida me parece más divertida que la muerte”. El dolor -supo y escribió- es intransferible.



La trama invisible



Desde hace ya unos cuantos años (al margen de los homenajes a Borges), la escritura de ABC está siendo revalorizada en su singularidad, su desahogo, su sentido del humor, su acertadísima falta de énfasis. Y sus mundos posibles, claro. Porque, ¿quién no se enfrentó con la duda (esa que nos interpela sobre nuestra consistencia, sobre aquello que llamamos realidad) al leer “La invención de Morel”? Recordemos lo que Borges escribió como prólogo a la obra de su amigo en 1940: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión ni una hipérbole calificarla de perfecta”.



Está en Bioy, como en Borges y Cortázar, esa duda fantástica y barroca: la confrontación entre el objeto y su reflejo, la imaginación y la percepción, el sueño y la vigilia, la locura y la cordura, la obra y el autor.



Hay, de una manera específica, la intención de provocar cierta vacilación, esa ‘inestabilidad metafísica’ de la que tanto abrevó, más cerca de estos tiempos, la serie “Lost” y que consiste, básicamente, en confundirnos al tratar de respondernos ‘qué es lo real’. Vacilación que no elimina los universos paralelos ni, claro, la abismal insinuación de que, si los personajes de un cuento pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser pura ficción.



Una edición justa



Por estos días, el primer volumen de la “Obra completa” de Adolfo Bioy Casares sobresale en los escaparates de novedades de nuestras librerías. Consiste en un arduo trabajo de recopilación crítica de su obra publicado por el sello Emecé. Se trata, concretamente, de un libro de casi 800 páginas que abarca los escritos publicados entre 1940 y 1958.



Están los clásicos del período, desde “La invención de Morel” hasta “El sueño de los héroes”, pasando por “Plan de evasión”, aunque también fueron incluidos bosquejos, hasta el momento inéditos, de argumentos de cuentos y novelas. También aparecen todos los textos que Bioy publicó en revistas literarias.



La edición estuvo a cargo de Daniel Martino, quien realizó un pormenorizado estudio de los manuscritos conservados en el archivo del escritor. Cada obra de Bioy Casares está acompañada, así, de múltiples elementos que complementan la lectura. El volumen, dedicado a Jorge Luis, también incluye varias ilustraciones de Norah Borges. 


Por:   Mariana Guzzante - mguzzante@losandes.com.ar

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