Bioy fotógrafo Por : Axel Díaz Maimone




“Una cámara fotográfica se me antoja un dispositivo para detener el tiempo”





Adolfo Bioy Casares













Adolfo Bioy Casares fue no solo un escritor excelente sino también un notable fotógrafo amateur. Susana López Merino dijo alguna vez que “siempre hubo fotografías de Bioy”. Y así fue. Al principio, por mandato familiar, posó en los mejores estudios de Argentina y Europa; luego lo hizo por iniciativa propia. Finalmente, mientras daba sus primeros pasos seguros en el terreno de la literatura, empezó a transitar el camino de la fotografía (actividad que pronto dejó de ser un hobby para convertirse en una pasión).



Bioy tomó miles de fotografías a lo largo de su vida, a tal punto que en una de las veintidós dependencias de su casa de Buenos Aires -Posadas 1650, esquina Eduardo Schiaffino- llegó a tener su propio laboratorio. Me contó Jovita, una de sus asistentes, que solía encerrarse diariamente es esa habitación a revelar las tomas que había hecho ese día (lo mismo le hará hacer a uno de sus personajes: Nicolasito Almanza, el protagonista de su novela La aventura de un fotógrafo en La Plata).



La afición por la fotografía llegó a su punto máximo en los años ’60. De esa época quedan miles de retratos de familiares, amigos y mujeres que lo atrajeron; y cientos de casas, calles, pájaros, mariposas. Están impresas en el primer papel que encontraba a mano, fuera texturado, brilloso, mate. Algunas de esas imágenes ilustraron libros; otras fueron enmarcadas y ubicadas rompiendo la monótona sucesión de libros de las bibliotecas que colmaban la casa; otras se archivaron en álbumes y carpetas.



En 1962 la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires reeditó el libro de Ricardo de Lafuente Machain -esposo de una prima de Silvina Ocampo, que siempre será recordado por haberle prestado a Victoria Ocampo la quinta de San Isidro donde hospedó a Tagore- sobre El barrio de la Recoleta, y le pidió a Adolfo Bioy Casares una serie de fotografías para remplazar el mapa de Sourdeaux y las ilustraciones de Luis Vernet Basualdo. Las veintiuna imágenes muestran el Cementerio de la Recoleta, la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, el antiguo Asilo de ancianos, varias calles, tres estatuas y las escalinatas sobre Agüero. Del conjunto sobresalen dos tomas: una del peristilo de la Recoleta, donde la sombra de las columnas se proyecta en la vereda de la calle Junín, y si uno sigue las líneas trazadas por ambas se forma un ángulo recto; y otra de una esquina que habría sido un almacén y, cerradas sus puertas y ventanas, fue cubierta de afiches de propaganda y logra dar una impresión bastante clara de lo que significan la desolación y la decadencia.



Unos años después, cuando Bioy publicó su Memoria sobre la pampa y los gauchos(pequeño ensayo en el que hecha mano de recuerdos y lecturas para dar una imagen del gaucho criollo, entre afectuosa y nostálgica pero al mismo tiempo certera e implacable), la ilustró con un puñado de fotografías tomadas por él. Son, en su mayoría, retratos de gente de la zona de Pardo, donde estaba la estancia de los Bioy. Aparecen, por ejemplo, la domadora que Alicia Jurado convirtió en protagonista de uno de los cuentos de Leguas de polvo y sueño; peones cocinando carne al asador; carreras cuadreras; y hombres trabajando en el campo.



Por esa época, tanto Bioy como Silvina se hicieron amigos de Sara Facio y solían visitarla en su estudio de la calle Juncal, en Buenos Aires. Sara suele recordar que Bioy le preguntaba si tenía fotos de Borges, y cuando ella se las mostraba él elegía las que le gustaban y se las llevaba. Silvina, por el contrario, iba y se quedaba conversando con ella pero se resistía a posar ante su cámara; el día que accedió, levantó la mano en el momento en que se capturó la imagen, y quedó con la cara tapada por su diestra en una fotografía perfecta.



Entrados los años ’90, Adolfo Bioy Casares tuvo dificultades económicas, originadas en un pleito judicial. La crisis fue tan grande que, según María Esther Vázquez, estuvo a punto de perder su departamento de la calle Posadas. Jovita, por su parte, me dijo que en uno de esos momentos desesperantes tuvo que vender una cámara fotográfica, “y se sentía como si hubiera vendido el alma al Diablo”. Fue ahí cuando dejó la fotografía y se limitó a posar ante quien quisiera retratarlo -fuera un artista de renombre o un desconocido que lo distinguía en la calle-. Sin embargo, por las noches, agarraba alguno de los infinitos álbumes que había armado y pasaba las hojas mirando de un vistazo las imágenes que conocía de memoria, como quien trata de recuperar la alegría de antaño.



Para cerrar estos apuntes sobre la relación de Adolfo Bioy Casares con la fotografía, quiero citar a Pedro Roth. Pedro me dijo, hace poco: “Con Bioy fuimos muy amigos. Era buena persona. Y, como fotógrafo, me gustaba su forma de ver las cosas. Siempre que nos veíamos hablábamos de fotografía, y tanto es así que una vez nos echaron del Jockey Club por hablar en voz alta, porque había una conferencia y nosotros nos entusiasmamos demasiado, conversando sobre cámaras fotográficas”.



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