Poema de Jorge Luis Borges, incluido en su libro Elogio de la sombra, de 1969.




JUAN, 1, 14

No será menos un enigma esta hoja

que la de Mis libros sagrados

ni aquellas otras que repiten

las bocas ignorantes,

creyéndolas de un hombre, no espejos

oscuros del Espíritu.

Yo que soy el Es, el Fue y el Será,

vuelvo a condescender al lenguaje,

que es tiempo sucesivo y emblema.

Quien juega con un niño juega con algo

cercano y misterioso;

yo quise jugar con Mis hijos.

Estuve entre ellos con asombro y ternura.

Por obra de una magia

nací curiosamente de un vientre.

Viví hechizado, encarcelado en un cuerpo

y en la humildad de un alma.

Conocí la memoria,

esa moneda que no es nunca la misma.

Conocí la esperanza y el temor,

esos dos rostros del incierto futuro.

Conocí la vigilia, el sueño, los sueños,

la ignorancia, la carne,

los torpes laberintos de la razón,

la amistad de los hombres,

la misteriosa devoción de los perros.

Fui amado, comprendido, alabado y pendí de una cruz.

Bebí la copa hasta las heces.

Vi por Mis ojos lo que nunca había visto:

la noche y sus estrellas.

Conocí lo pulido, lo arenoso, lo desparejo, lo áspero,

el sabor de la miel y de la manzana,

el agua en la garganta de la sed,

el peso de un metal en la palma,

la voz humana, el rumor de unos pasos sobre la hierba,

el olor de la lluvia en Galilea,

el alto grito de los pájaros.

Conocí también la amargura.

He encomendado esta escritura a un hombre cualquiera;

no será nunca lo que quiero decir,

no dejará de ser su reflejo.

Desde Mi eternidad caen estos signos.

Que otro, no el que es ahora su amanuense, escriba el poema.

Mañana seré un tigre entre los tigres

y predicaré Mi ley a su selva,

o un gran árbol en Asia.

A veces pienso con nostalgia

en el olor de esa carpintería



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